7.6. La Humanae Vitae de Pablo VI

La Iglesia Católica siempre ha tenido una actitud positiva ante la procreación: cada nueva criatura es otro hijo de Dios y, por ende, merecedor de todo respeto y dignidad al ser heredero de la gloria celestial. La Iglesia, como Madre y Maestra, respetó siempre y en todos los campos el orden de la naturaleza, dada por el Creador. Por tanto, su posición respecto de la contracepción artificial fue, es y será la de considerarla un grave desorden moral.
El 25 de julio de 1968, Pablo VI publica la más importante y trascendente de sus encíclicas, la Humanae Vitae, donde ya en la introducción manifiesta que “el gravísimo deber de transmitir la vida humana ha sido siempre para los esposos, colaboradores libres y responsables de Dios creador, fuente de grandes alegrías aunque algunas veces acompañadas de no pocas dificultades y angustias”.
La Encíclica se divide en tres partes:
Los nuevos aspectos del problema y competencia del Magisterio.
Los principios doctrinales.
Las directivas pastorales.
En la Encíclica el Papa caracteriza el amor conyugal como “plenamente humano, total, fiel y exclusivo hasta la muerte, y fecundo”. Afirma que “La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida” y, por ende, “hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación”.
Luego expresa que “si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas y psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los períodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que acabamos de recordar”.
Más adelante, Pablo VI profetizó las “graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad”, afirmando que “se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad” un camino fácil y amplio; que por el uso de contraceptivos el hombre “… acabase por perder el respeto a la mujer… llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como compañera, respetada y amada”. Y luego se pregunta: “¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo los hombres… llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal”.
Luego afirma el Papa, que “Al defender la moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana; ella compromete al hombre a no abdicar la propia responsabilidad para someterse a los medios técnicos; defiende con esto mismo la dignidad de los cónyuges. Fiel a las enseñanzas y al ejemplo del Salvador, ella se demuestra amiga sincera y desinteresada de los hombres a quienes quiere ayudar, ya desde su camino terreno, a participar como hijos a la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres”.
Tal como lo preveía Pablo VI, la Humanae vitae fue resistida en muchos ambientes, también católicos, incluso con declaraciones ambiguas de algunos episcopados como los de Francia, Bélgica, Austria, Canadá e Inglaterra. Han pasado 35 años. La historia le ha dado la plena razón al Papa Pablo VI, basta contemplar la realidad del mundo actual….
Gran número de pensadores actuales ajenos al cristianismo o personas conversas como Scout Hahn, Janet E. Smith y Mary Shivanandan, han apoyado los planteamientos de la Humanae Vitae.

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